Daniel Santillán- El 23 de agosto es un día que se celebra con mucha alegría y orgullo en el Estado de Nuevo León, en México y en Williamsport, Pensilvania, ya que en esta fecha se reconoce a los niños campeones de 1957 y 1997 que consiguieron de manera única y memorable sus títulos en la famosa Serie Mundial de Ligas Pequeñas.
El juego perfecto de Ángel Macías en la final del torneo de 1957 fue un hecho que sigue siendo irrepetible, razón por la cual se sigue pasando esta historia de generación a generación, los primeros niños mexicanos que se alzaron campeones en Williamsport marcaron el inicio del desarrollo del beisbol en nuestro país.
El Ingeniero José Maiz, uno de los protagonistas de aquel equipo, comenta lo que más recuerda de aquella tarde que este martes cumple 65 años.
"El mejor recuerdo que tengo es cuando Ángel saca el último out y logró un juego perfecto, aunque nosotros no nos dimos cuenta de lo que estaba haciendo", mencionó.
César Faz fue un pilar de lo que se logró en 1957, siendo el formador de los Industriales de Monterrey como beisbolistas, pero también como hombres de bien.
"Era un gran instructor, aprendí muchísimo de él de bateo, pitcheo, robo de bases; tenía mucha paciencia, sus castigos no eran fuertes, nos ponía a correr y lo hacía para que siguiéramos agarrando condición física.
"Era muy cuidadoso con todo eso, su disciplina siempre fue muy estricta, para él no había descansos. Recibimos una gran formación de él de valores, de que sí se puede y que los sueños pueden realizarse", recordó Pepe Maiz.
La historia de superación de esa generación, que se sobrepuso a infinidad de adversidades, ha sido llevada a la pantalla grande en dos ocasiones, siendo un ejemplo para cualquier soñador en el mundo.
"Tuvimos muchísimos problemas desde la salida porque no teníamos dinero para ir, a los tres días ya no había para comer. Lo que hacíamos era que cuando bateábamos un jonrón, pasábamos una gorra para que nos echaran un dinerito para comer.
"El restaurant donde comíamos nos bajaba un poco la cuota para completar, son muchas cosas de ese tipo que por eso fue muy conocido este triunfo, porque hubo muchas complicaciones, pero todas se fueron venciendo, una por una y nunca nos dimos por vencidos", contó el presidente de los Sultanes.
Pepe Maiz junto a la camisola del equipo campeón de 1957. Foto: Roberto Alanís
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Al año siguiente, 364 días después, la generación de 1958 logró el bicampeonato en la Serie Mundial de las Ligas Pequeñas. Después de eso tuvieron que pasar 40 años para que en 1997 México volviera a festejar una tercera conquista en Williamsport.
Este grupo de los Vaqueros de Linda Vista se impuso a los de Mission Viejo, California en una final antológica que sigue impregnada en la memoria de muchos.
"Cada fecha del 23 de agosto para nosotros es super importante que nos pasó en la vida, quedamos campeones Mundiales y es algo que hace 25 años no ha vuelto a haber para un equipo mexicano, es un regalo muy bonito y lo considero como un regalo de Dios", mencionó Adrián Luna, jardinero del equipo campeón.
Y es que esta generación marcó a varias familias de todas partes que no vivieron los primeros dos campeonatos para México que sucedieron con décadas de diferencia.
"Después de que quedamos campeones, las ligas pequeñas se abarrotaron al cien por ciento porque más niños se interesaron en jugar beisbol, creo que ahí se sembró una buena semilla para que a más generaciones les gustara este bonito deporte", dijo el regiomontano.
Teniendo una pizarra de 4-1 en contra, sin margen de error, México pudo dar la vuelta en el último out en un ambiente que motivaba a los de Guadalupe, Nuevo León.
"Sí, fue una locura la verdad. Nosotros como éramos niños fue un solo juego más ganado, al regresar llegamos al aeropuerto y nos pidieron que esperáramos un poquito porque estaba lleno por nosotros", narró Daniel Baca, campeón hace 25 años.
"Lo que más me impresionó fue la calma de Jaime Luna, nuestro entrenador que llegó al dugout a tranquilizarnos y dijo que esto se acaba hasta el último out y que podíamos sacar el último juego con una paz que nos la creímos y respondimos en la última entrada sacando el triunfo", explicó Luna.
El grito del "¡Sí se puede!" se volvió un emblema de aquel equipo que acostumbró a pelear y a darle la vuelta a cualquier complicación.
"Ese grito lo hacíamos en juegos anteriores y era nuestro grito de batalla, el equipo sabía lo que teníamos y lo que podíamos hacer, fue algo que nos daba confianza para seguir peleando" contó Baca mientras disfruta su estadía de trabajo en Williamsport.
Dos generaciones comparten más que una fecha, son emociones, triunfos, sacrificios y amor al deporte lo que transmitieron más allá de nuestras fronteras, ahora solo queda celebrar y trabajar por que lleguen otros niños héroes que triunfen en las Ligas Pequeñas. Séptima Entrada